Hacia al final, eso, se vislumbra a lo lejos, donde el sol no llega a acariciar la superficie de las cosas. Los árboles tupidos cubren el cielo azul. No dejan pasar los tibios rayos del sol. Hojas verdes, amarillas y naranjas. Pequeñas, grandes y medianas, tornasoles infinitos. Brotan, para desprenderse. Muertas, se apilan, se abrigan las unas a las otras.
Forman algo. Pero, son amorfas.
Pequeño cementerio de naturaleza. Se escabullen. El viento, a su antojo, las esparce caprichoso.
Algunas, encuentran el pedazo de tierra que las circunda. Entonces, se cubren de barro. Se descomponen. Pierden su espesor. Despojos… de algo. Penetran y brotan. Se pierden. Se desconocen.
Otras, se rompen con la fuerza de las ráfagas. El destrozo es instantáneo. Se riegan por veredas, techos, plantas. Incluso, algunas, pequeñas partículas de la nada, impactan en los ojos atentos de los vivos.
Belleza putrefacta. Fagocitada. Virtud máxima. Nunca ajena a su debilidad intacta / originaria. / primaria /necesaria.
Descubrir lo sagrado de la belleza de lo insignificante es un don del artista, en este caso, de las palabras.
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¡Gracias, Diana!
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Muy bonito y sugerente, saludos!
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Gracias!😊
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Muy bello saludos
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